viernes, 25 de febrero de 2011

¡NO MÁS SALVADORES SUPREMOS!

¡No más salvadores supremos!
¿Por qué dichos regímenes se transformaron en totalitarismos que hoy están siendo derrocados por sus pueblos? ¿Qué garantiza que nuestros actuales procesos de cambio no transiten por la misma ruta?
 
Fernando Dorado | Para Kaos en la Red | 24-2-2011 a las 15:04

¡NO MÁS SALVADORES SUPREMOS!
Popayán, 24 de febrero de 2011
Los hechos relacionados con la extensión de la revolución democrática en el Norte de África y Medio Oriente son una referencia importante para el futuro de los procesos de cambio democrático-nacionalistas que avanzan en América Latina.                             
¿Qué pasó con las revoluciones nacionalistas que encabezaron Nasser y Bourguiba en la década de los años 50 del siglo XX y que Muammar al-Gadaffi continuó a partir de 1969? ¿Por qué dichos regímenes devinieron y se transformaron en totalitarismos que hoy están siendo derrocados por sus propios pueblos? ¿Qué garantiza que nuestros actuales procesos de cambio no transiten por la misma ruta?
Debemos recordar que muchas revoluciones triunfantes – en diversas regiones del mundo y en diferentes épocas – degeneraron en dictaduras oprobiosas. Mesianismos y caudillismos de variada índole frustraron los anhelos de democracia y progreso. Por la coincidencia con nuestro tiempo, lo sucedido en la Gran Arabia es una lección – un espejo – de lo que puede pasar con nuestros procesos de cambio. Vaya… ¡si no aprendemos!
Lo alentador de la vida consiste en que los pueblos nos dan respuestas y sugieren salidas. Bolivia ya nos ofreció una. El “llamado de atención a Evo”, el levantamiento de diciembre de 2010 que denominamos “contra-gasolinazo”, es una respuesta contundente. Allí, en ese grito de rebeldía de las masas bolivianas insurrectas y movilizadas contra una medida de su “propio” gobernante, está contenida la esencia de una revolución verdaderamente popular: es la reafirmación de su autonomía e independencia frente a todo poder que quiera ponerse por encima de la voluntad del pueblo.
Ello ha sido posible gracias a la calidad y madurez de la Hegemonía Social Popular del pueblo boliviano. Su tremenda y maravillosa fuerza surge de la combinación de tres componentes: 1. La experiencia de autogobierno y pensamiento “propio” (cosmovisión originaria) heredada de los pueblos ancestrales indígenas, que debe ser potenciada y “actualizada”; 2. La práctica y teoría de los obreros mineros bolivianos construida a lo largo de los últimos 50 años; y 3. Lo aprendido por el conjunto del pueblo boliviano en los últimos 30 años de luchas contra el capitalismo neoliberal, que han sido protagonizadas por campesinos indígenas, mestizos y afros, y su descendencia que hoy hace parte del “nuevo proletariado informalizado”.
La concreción de esa hegemonía social popular en nuevas formas de Estado puede ayudarnos a los pueblos latinoamericanos y a toda la humanidad a retomar la tarea de construir un camino para superar la democracia liberal sin caer en totalitarismos, cualquiera sea su “color” o intencionalidad. Pero también, para derrotar la dictadura del gran capitalque usa la democracia formal para ocultar el poder que ejercen los dueños de los consorcios capitalistas transnacionales (todopoderosa plutocracia corporativa), que son quienes ponen y quitan gobernantes “democráticos” a su antojo.   
Las bases reales de ese proceso ya existen, especialmente en Bolivia. Sin embargo, en numerosos países de la región, las luchas sociales y populares han generado las semillas de ese poder popular “desde abajo”. En el movimiento social y popular latinoamericano existe el germen de ese nuevo Estado, que debemos fortalecer en cada vereda, barrio, localidad, pueblo, provincia o estado, y a nivel nacional, en cada uno de nuestros países. Esos órganos de poder deben ser expresión de la más amplia y plena democracia representativa y participativa, en donde se exprese la diversidad social, política, étnica y cultural de nuestras sociedades, en una combinación que se irá “cocinando” en la proporción adecuada de acuerdo a las condiciones mismas de su desarrollo.
Los gobiernos progresistas y democráticos tienen el deber – la obligación –, de fortalecer ese poder. Si ello no se consigue porque la “burocracia rojita” (como la llaman en Venezuela) se opone temiendo perder sus privilegios, hay que pasar por encima de ellos. La revolución dentro de la revolución ya está en marcha. Claro, sin abrirle una puerta a la contra-revolución imperialista y oligárquica que está atenta – en vigilia – para aprovechar cualquier oportunidad que le ofrezcamos.
Sin embargo, esa amenaza imperial – que en algunos de nuestros países suena a chantaje –, no es argumento para frenar la revolución. Por el contrario, si no profundizamos los procesos de construcción de una efectiva y pujante democracia participativa, las “democracias burocráticas y estatistas” van a ahogar los procesos de cambio, y el gran capital estará medrando para acelerar ese desgaste.   
Para quienes quieren dar un salto al vacío – anarquismo puro y duro – debemos insistirles que, mientras se construyen formas de autogobierno, que sólo podrán florecer copiosamente cuando el interés social colectivo se imponga sobre el interés privado, se necesita una forma transicional de Estado – un aparato coercitivo en manos de las mayorías organizadas – que ponga a raya a los apropiadores privados de la riqueza social.
La tecnología existente y los niveles de productividad alcanzados por la actual sociedad humana ya han creado las condiciones para satisfacer las necesidades vitales básicas de toda la población. Sólo falta organizar el disfrute colectivo y equitativo de esa riqueza social. Pero además, la crisis sistémica del capitalismo nos obliga a actuar con una “nueva racionalidad ecológica” para asegurar la sobrevivencia misma de la humanidad en la tierra.
Para los políticos “pragmáticos” ésta tarea u objetivo, es un sueño. Es puro “ideologismo”. Para los pueblos y los trabajadores, una necesidad. 
Nota: La población árabe está demostrando que los pueblos ya no quieren “salvadores supremos”, así éstos sean “populares”, “proletarios”, “nacionalistas”, “étnicos”, “religiosos” (católicos, islámicos, ortodoxos, etc.). ¡Es una gran lección! 


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