domingo, 23 de octubre de 2011

Picnic en el Tipnis

Picnic en el Tipnis
DIARIO CAMBIO, LA PAZ.-

Por Coco Manto 
De mochileros se fueron al picnic en el Tipnis. De día de campo los pequeñoburgueses. Botines y sombrerito de ala ancha, camisa y pantalón de caqui sin olvidar su crema bronceadora, aceite contra picaduras de insectos y víboras, chíclets, linternas y linimentos varios. Como iba Lechín a las minas. Estuvieron en tierra de indios, a prudente distancia de los originarios pero cerca de la grita contra la carretera. Había que estar ahí, sin estar.

Los pícnicos (definidos por la RAE como rechonchos y de miembros cortos, el cerdo, por ejemplo) se montaron en la inmemorial postergación social de los habitantes del Tipnis presentándose sin miedo como indigenistas y pachamámicos. Neoliberales que se reciclaron lamiendo al Evo, esparcieron su consigna: “Sigan marchando, resistiendo, porque con este gobierno estamos jodidos todos ustedes.”

Los otros, los moradores de ese solemne silencio vegetal, los miraban con la antigua sospecha de cuando son visitados por taladores sunchu-luminarias que, de entrada, se encienden en promesas y regalos pero luego les saquean brutalmente sus árboles de madera preciosa a punta de motosierras, rifles y machetes.

Eva Chimán y Adán Yuracaré  dejados de la mano del dios colonial-republicano en ese paraíso terrenal por haber preferido morder la manzana de su identidad sobreviviente,  miran hoy de reojo a la  víbora Usaid que repta en su entorno. Hidra de 7 cabezas de ONG que en los días de la caminata proveyó camionetas y yips para llevar los q’epis de los caminantes, que dotó de celulares a los dirigentes para que hablen con la voz del amo de la Embajada gringa.

“¿Dónde estuvieron estos cursindigenistas durante nuestro naufragio de 500 años?”, se preguntaban al recordar que en mayo del año pasado, por ejemplo, una madre chimán caminó con su hija de 9 años vencida por la diarrea, desde San Juan de la Curva hasta el poblado más cercano donde había una botica, porque las hierbas del curandero no pararon el chorrillo. Caminaron y caminaron madre e hija, hasta que en la mitad de ese vía crucis por una pildorita antidiarreíca, la niña se disolvió en vómitos y murió. Su desesperada  madre no supo  si avanzar o regresar; el pueblo estaba a 5 kilómetros y  la botica a tres. Ah, claro, eso sí, para solaz de los ecologistas conservadores la niña chimán rindió la vida en medio de la increíble belleza tropical del Tipnis, donde los pájaros del paraíso y las flores más exóticas tienen vida autónoma e independiente de los indios de ese penúltimo santuario natural guardado, intocado, reservado.

De picnic en el Tipnis también estuvieron los medios de prensa que son de oposición completa. Impunes de impunitel, con sus camarógrafos temblando de emoción en pos de filmar la ansiada matanza entre indios y campesinos. 
 

La comedia mediática en la tragedia del Tipnis. Los comediáticos azuzando la guerra para darse el gusto de la primicia mundial por CNN.  Los policías neutralizaron un domingo el temido encuentro interétnico y los comediáticos chillaron 22 indígenas muertos. El escándalo fue a toda página siete cuando supieron que los masacrados no eran tantos sino “sólo cuatro, pero centenares de heridos”. Después vino la faramalla erbolaria del “niño muerto y el Evo masacrador.”

Sip-carios en su papel de sábana sucia del imperialismo, los comediáticos que un día de estos quizás publiquen su Nota de la Redacción: “Pedimos disculpas a nuestros lectores por el error voluntario que cometimos al informar de la muerte de un niño el 25 de septiembre. Prometemos resarcirnos de esa falla en breve, en cuanto tengamos no sólo un niño tieso sino toda una masacre de indios, faltaba más.”

Cualquier día de estos también el cantautor de moda anunciará el estreno de la “Elegía para el niño que no morimos” con una letra chévere montada en una música de todos conocida, por ejemplo “El Cóndor pasa”, de Daniel Alomía Robles:  “El Tipnis es la herida sin cerrar… porque…  no brotó...  la muerte en flor…”

De picnic en el Tipnis los troscos, ¿cuándo no?  Ah, el troskismo. El atroz kismo de la izquierda. El buen Filemón, que ahora propala haber encontrado su luz en la iglesia, decía que los revolucionarios del siglo pasado se equivocaron de cabo a rabo al tumbar a presidentes que, en realidad, eran aliados de la clase obrera, como Villarroel, Siles Zuazo, Ovando Candia, Jota Jota Torres… 
 

Pese a las escaramuzas que en estos días protagonizan los marchantes del Tipnis en busca de pantalla grande y quien sabe si en procura del aporte reaccionario de twiteros y feisbuqueros, hay que evitar el enfrentamiento que anhelan los chochaldemócratas sin miedo entre indígenas originarios y campesinos a cargo de la producción agrícola.

Ambos son uno porque sólo ellos tienen  que ver con la tierra. El científico social Armando Bartra ha creado un término preciso para que esa dualidad se amalgame: Campesindios.

Fuera de allí, lejos, la plaga de los cocaleros excedentarios. Y fuera también, más lejos y para siempre lejos, las bandas de colombianos que, al amparo de la santidad del Parque Nacional Isiboro Sécure, fabricaban cien kilos de cocaína por día, según denuncia de la FELCN y Umopar que el pasado 20 de octubre detuvo in situ al narcolombiano José Toro García en un enfrentamiento en el que murió su cómplice Jeyson Rosa Rico, francotirador con un fusil de precisión Galil.

Con carretera o sin ella, los campesindios deben manejar su destino, su destindio. Porque no fue así, en el Perú de los últimos 20 años del siglo pasado sobrevino una gran tragedia. Negados para acceder a la carretera de la comunicación y el camino del diálogo, los indígenas peruanos desesperados se fueron por un sendero luminoso. Y así les fue.