miércoles, 14 de abril de 2010

Realidad y Literatura

Realidad y Literatura
Julio Cortazar (1914-1984)

Hubo un tiempo entre nosotros,
a la vez lejano y cercano
como todo en nuestra
breve cronología latinoamericana,
un tiempo más feliz o más
inocente en el que los poetas y narradores
subían a las tribunas para
hablar exclusivamente de literatura;
nadie esperaba otra cosa de ellos,
empezando por ellos mismos […].


Este panorama que en alguna medida
podríamos llamar humanístico se
vio trastornado […] hacia el término
de la segunda guerra mundial; a partir
de entonces sólo las mentalidades
estrictamente académicas y también las estrictamente hipócritas se obstinaron
en mantener sus territorios, sus etiquetas y sus especificidades. Hacia los años
cincuenta esta sacudida sísmica en el establishment de lo intelectual se hizo claramente
perceptible en el campo de la narrativa latinoamericana; los cambios
fueron incluso espectaculares, en la medida en que entrañaban una resuelta
toma de posición en el terreno geopolítico, más que un avance formal o estilístico;
como el viejo marinero de Coleridge, muchos escritores latinoamericanos
despertaron “más sabios y más tristes” [César Vallejo, Pablo Neruda, Mariano
Azuela, Ciro Alegría, Jorge Icaza entre otros].

Hoy y aquí, leer o escribir literatura supone la presencia irrenunciable del
contexto histórico y geopolítico […]. Casi nadie ha podido ser el capitán de su
exilio y escoger el puerto más favorable para seguir trabajando y viviendo. […]
García Márquez afirmó que no volvería a publicar obras literarias hasta que no
cayera Pinochet; creo que afortunadamente está cambiando de opinión, porque
precisamente para que caiga Pinochet es preciso, entre otras cosas, que sigamos
escribiendo y leyendo literatura, […] pero de ninguna manera estoy privilegiando
la literatura calificada de “comprometida”, palabra muy justa y muy bella
cuando se la usa bien pero que suele encerrar tantos malentendidos y tantas
ambigüedades como la palabra democracia e incluso, muchas veces, la palabra
revolución. Hablo de una literatura por todo lo alto, como diría un español, una
literatura en su máxima tensión de exigencia, de experimentación, de osadía y
de aventura, pero al mismo tiempo nacida de hombres y mujeres cuya conducta
personal, cuya responsabilidad frente a su pueblo los muestra presentes en ese
combate que se libra en América Latina […].

No me estoy saliendo del terreno de la literatura, muy al contrario […],
trato de mostrar los posibles valores que pueden resultar de la literatura del exilio,
en vez de inclinarme ante el exilio de la literatura […]. Yo ya no sé escribir
como antes, hacia donde quiera que me vuelva encuentro la imagen de Haroldo
Conti, los ojos de Rodolfo Walsh, la sonrisa bonachona de Paco Urondo, la
silueta fugitiva de Miguel Ángel Bustos. Y no estoy haciendo una selección elitista,
no son solamente ellos los que me acosan fraternalmente […].

El poder nos controla, ya sea de una manera salvaje o con arreglo a códigos
en los que no hemos intervenido para nada, nos frena, nos censura o nos
expulsa, y en estos últimos años directamente nos mata si nuestra voz disuena
en el coro de los conformismos o de las críticas cautelosas. Vuelvo a citar a
Rodolfo Walsh, eliminado cínicamente porque había osado decirle la verdad
en plena cara al general Videla; y pienso en hombres como Marcelo Quiroga
Santa Cruz, asesinado en Bolivia porque su mera sombra era para los militares
golpistas lo que el espectro de Banquo para la conciencia de Macbeth […]. Lo
digo una vez más para terminar: no estoy hablando tan sólo del combate que
todo intelectual puede librar en el terreno político, sino que hablo también y
sobre todo de literatura, hablo de la conciencia del que escribe y del que lee, [de
los] que se reconocen en ella como lectores a la vez que son llevados por ella
más allá de sí mismos en el plano de la conciencia, de la visión histórica, de la
política y de la estética.

Cf. “Realidad y literatura”, exposición de Julio Cortázar en la Universidad Veracruzana de
Jalapa (México), el 3 de septiembre de 1980. En Texto crítico 20, Universidad Veracruzana,
junio de 1980, pp. 5-13.

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